¿Qué tipo de persona soy? ¿A qué debería dedicarme? ¿Para qué estoy más dotado? ¿Padeceré algún desorden mental en el futuro? Estas son algunas de las preguntas que seguramente nos hacemos y a las que no siempre encontramos respuesta.
Desde tiempos remotos ha habido un gran interés en las diferencias individuales, tanto por lo fascinante que resulta saber sobre la variabilidad humana como porque las distintas habilidades y comportamientos que nos diferencian ayudan a establecer nuestra propia individualidad y a predecir el comportamiento ajeno. Este conocimiento tiene importantes repercusiones en nuestro desenvolvimiento personal, profesional o académico. Si nos asomamos a la historia podemos comprobar algunas de las clasificaciones que se han hecho sobre aptitudes, características y peculiaridades personales.
En la Grecia clásica desde Homero a Platón, Aristóteles o Cicerón ofrecieron diferentes explicaciones al origen de la inteligencia, las capacidades personales, las diferencias individuales, fundamentos de la inteligencia o definición de persona.
El médico y filósofo Hipócrates (460-355 a.C) planteó la doctrina de los humores, que sería la primera teoría de las diferencias individuales, especialmente en lo que al temperamento y carácter se refiere. Hipócrates, partiendo de una propuesta de Empédocles, asumió que los elementos básicos que componían la naturaleza se encontrarían también representados en el cuerpo humano en forma de cuatro humores: La Sangre, La Bilis Amarilla, La Bilis Negra, La Flema, los cuales darían origen a:
El tipo sanguíneo, en el que predominaba la sangre, caracterizados por un gran entusiasmo, volubles y activos.
El tipo colérico, en el que predominaba la bilis amarilla, que serían irritables.
El tipo melancólico o nervioso, en el que predominaba la bilis negra, con tendencia a la tristeza.
El tipo flemático, en el que predominaba la flema, apático y frio.
Cuando hablamos de diferencias individuales, encontramos conceptos como temperamento, carácter, personalidad, inteligencia, de esta última hoy no hablaremos.
Podríamos definir el temperamento como la base biológica del carácter, estable en gran parte y hereditario que influye en la conducta, sería como el armazón/esqueleto de la personalidad.
El carácter, se refiere a la forma individual que el componente afectivo-dinámico del comportamiento adopta en el hombre, implica rasgos tanto heredados como adquiridos.
La personalidad que aúna tanto el temperamento como el carácter, es relativamente estable, aunque puede experimentar algunos cambios en base al aprendizaje y la experiencia, refleja el carácter único del individuo y manifiesta en la conducta las fuerzas o disposiciones que residen en la persona.
Cada individuo es único y todas y cada una de las personalidades son únicas, resulta por tanto imposible comparar una persona-como-un-todo con otra persona-como-un-todo. Sin embargo, hay una serie de características y rasgos que pueden resultar comunes, que han originado una serie de modelos explicativos.
Más cerca en el tiempo, resulta interesante el modelo PEN de Eysenck, que tiene su origen en las tipologías temperamentales de la medicina griega antes mencionado, según este modelo tendríamos las siguientes dimensiones dobles, con polos opuestos:
Extraversión/Introversión: dentro de la que estarían rasgos primarios relativos al grado de sociabilidad, actividad, vitalidad, dominancia, asertividad, búsqueda de sensaciones y despreocupación, entre otros.
Neuroticismo/Estabilidad: esta dimensión tiene que ver con los niveles de activación y labilidad emocional (estabilidad/inestabilidad), cuyos rasgos serían la ansiedad, estado de ánimo deprimido, baja autoestima, tensión, timidez, sentimiento de culpa en el polo negativo.
Psicoticismo/Control de Impulsos: esta dimensión se centra en los rasgos relativos a la agresividad que manifiestan los individuos, egocentrismo, falta de empatía, carácter antisocial, impulsividad, frialdad en los afectos en su polo negativo.
Otros modelos explicativos como el de los 5 Grandes, con una gran aceptación o el de los 16 factores de Cattell buscan encontrar un marco de referencia integrador que sirva de explicación de las diferencias entre individuos.
En otro lado, encontramos El Eneagrama de la Personalidad, propuesta de clasificación de personalidad resultado de una elaboración histórica occidental a partir de ideas místicas orientales, según este sistema habría nueve tipos de personalidad distintos, representados como vértices de un eneagrama, se clasificarían en función de su abordamiento del mundo en: antipáticas (contra el mundo o contracorriente), apáticas (alejadas del mundo, en posición de observador) y empáticas (con el mundo), y de su sensación, (superiores al mundo) o (iguales al mundo) o (inferiores). De estos dos factores con tres valores cada uno se obtienen las nueves combinaciones/eneatipos posibles.
Eneatipo 1: perfeccionistas, detallistas, ordenados, juiciosos y comprometidos. En su mejor aspecto son tolerantes y éticos.
Eneatipo 2: su atención está puesta en los demás, en ayudar, esperan agradecimiento a cambio. En su mejor aspecto son altruistas.
Eneatipo 3: están pendientes de su imagen y del éxito, muy trabajadores, efectivos e individualistas, pueden resultar vanidosos, en su estado más sano son sinceros y productivos.
Eneatipo 4: tienen intereses artísticos profundos, gran sensibilidad, se consideran distintos a los demás, necesitan destacar, pueden ser envidiosos, en su mejor faceta son empáticos y creativos.
Eneatipo 5: personas con intereses científicos, ascetas, bastante objetivos, observadores, suelen ser avariciosos, autosuficientes, no suelen hablar de sus sentimientos, en su mejor faceta son generosos.
Eneatipo 6: suelen ser excelentes amigos, fieles, con gran respecto a las normas y la moral. Necesitan de la autoridad aunque a veces huyen de ella. Suelen ser miedosos, en su mejor aspecto resultan valientes y buenos compañeros.
Eneatipo 7: les atrae el placer, llenos de alegría y ganas de disfrutar, muy entretenidos, con muchos planes. Pueden huir del presente y no cumplir con compromisos a largo plazo, no suelen profundizar. En su mejor vertiente son capaces de disfrutar el presente de manera plena.
Eneatipo 8: justicieros, pueden caer en los excesos y autoritarismo, lideres natos. Tienen una fuerte personalidad. En su estado más favorable son protectores y ayudan de forma bondadosa.
Eneatipo 9: son pacificadores y mediadores, pueden ser perezosos, tranquilos, serenos. En su mejor aspecto resultan buenos mediadores, calmando los extremismos.
Seguramente, al leer este artículo, te habrás visto reflejado en alguna o varias de las clasificaciones citadas, casi todos tenemos rasgos de varias de las dimensiones citadas, situar a un individuo en una dimensión u otra es una labor delicada que exige un trabajo cuidadoso por parte de un especialista. Sin embargo no está de más, que a título personal cada uno meditemos en cómo somos, qué cosas nos atraen, en qué somos mejores, en lo qué tenemos que mejorar… ese autoconocimiento nos resultará muy útil en nuestra vida diaria y nos haré crecer como personas.
¿Iguales o diferentes? A pesar de las afinidades y coincidencias, cada uno de nosotros posee peculiaridades, habilidades y conocimientos singulares que le hacen único, exclusivo y no replicable. Estas diferencias sazonan las relaciones humanas y aumentan el interés por conocernos unos a otros.